Es uno de los grandes temas de este siglo. Películas, libros y canciones hablan de este estado. Hablar de la felicidad de los otros puede ser muy entretenido. ¿Pero la de uno? No creo.Escribir sobre los momentos más felices de mi vida es difícil. Cuando socializo por vez primera dejo oculto el autobombo. Lo considero de mal gusto. Aunque mal me pese haya estudiado periodismo, carrera la cual cada día me gusta menos. Mi vida no es un cúmulo de historias fascinantes. Si soy periodista debo contar historias de otros seres harto más entretenidos que yo.Otra cosa: odio escribir sobre conceptos como felicidad ¿Por qué? Son amplios, absolutos en lo relativo de los matices. No me considero una persona feliz de esas que ven todo lo bueno en las personas y cuando tienen problemas dicen esto es por algo.
Debo haber tenido diez años cuando mis intereses eran historia y castellano, situación que me agradaba bastante. El resto de los ramos a excepción de matemáticas nunca fueron problema. Las habilidades sociales “no se me daban” parafraseando en tono futbolero. Una parte de mi curso me molestaba por tonteras y el resto me ignoraba. En los recreos daba vueltas por el patio de cemento del colegio, miraba las clases iba al kiosko. Eran dos recreos y sufría lo indecible. Los minutos más largos de mi vida. Tenía la esperanza de mudarme de Viña a otro lugar mentiría si dijera Santiago, Buenos Aires o Madrid. Pensaba ser escritora pero a los catorce me di cuenta de mi falta de talento. Cuando se me ocurrió que iba a estudiar periodismo no pensaba en salir en la televisión o ser famosa. Recuerdo Esperaba una vida más entretenida y estimulante. Me explico: nací en Viña una ciudad donde sólo existe en verano por los turistas argentinos y por el Festival de la Canción, evento decadente pero uno no deja de ver por el morbo.
Dejando de lado la queja la especialidad de la casa voy a relatar los mejores momentos de mi vida. Son bien simples. Veamos. Al llegar del colegio y subía por la escalera en los días soleados y el olor se mezclaba con el parqué de mi pieza. Esa sensación me alegraba hasta el día más nefasto. Si eso se unía con una tarde sin tareas ni pruebas era la gloria misma.
Otro momento recordado como feliz fue haber recibido diploma de fin de año por mi buen rendimiento. Ahora lo encuentro una tontera pero en esa época era importante especialmente por la parafernalia armada por el colegio. Los ensayos de desfile por semanas era tedioso hacer algo tan obvio como desfilar pero si uno capeaba clases me daba por pagada. Sin embargo la ceremonia era bonita en la cancha de jockey del Sporting Club viñamarino aunque lo único interesante era recibir el premio. Aparte todas las víboras conversaban conmigo como si fuéramos amigas de toda la vida, especialmente la vez cuando mi hermana le tocó ser delegada de mi curso.
Cuando nos mudamos a Santiago fue un gran alivio. Era desligarse de la vida rutinaria de Viña y empezar de cero en un muevo colegio. Tenía pánico de repetir la misma historia pero mi nuevo curso fue amable. Un curso pequeño en un colegio ídem. Aunque tenía la sensación de ver una película a la mitad, algunos códigos no los comprendía pero era lo mejor porque las peleas, envidias o desprecios eran para el resto no para mí. Era la mujer invisible y aunque me preocupaba en un principio, en el segundo año tuve lo más cercano a amistades y mi adolescencia fue muy aburrida en el sentido de nada digno para destacar. Es decir nunca me curé, ni me arranqué de la casa para una fiesta, menos experimenté con drogas y tampoco tuve amores tormentosos. Una verdadera lata.
El primer día de universidad estaba feliz. Iba a estudiar la carrera que me gustaba, con ramos cercanos a mis intereses. Sólo me amargó una tarada con tono displicente diciendo “¿Para qué estudiamos Historia de Chile? Es una lata”. Conocí a gente simpática sin embargo no pude hacer clic como yo quería. Podíamos hablar mucho en una conversación por ejemplo en un cumpleaños, tirando la talla y parecer casi amigos, pero para en los asuntos de trabajo grupal no me elegían. Pese a mis suplicas y mis sonrisas. No podía ser. Estaba condenada a estar sola. Pero sobreviví a mis dramas y tropiezos titulándome este año.
Yo quiero ser feliz y la independencia económica es un buen paso para salir de la casa de mis papás. A toda mi familia la amo pero pareciese que si estamos todos juntos es mucho mejor... a la fuerza. Nadie sabe el sufrimiento de mi familia durante ocho meses. No pienso casarme ni tener hijos, sólo quiero tener salud, dinero, amor y calma. Un sentimiento que perdí el año pasado y deseo que vuelva lo antes posible.